Esto es un cuento.
Volvió de visita, con tanta frecuencia como sospechaba: los 25 o 26 de cada mes. No sabía cuánto tiempo había ignorado esa costumbre en la casa pero ya era consciente de ello.
Esa tarde se atrevió a acercarse a la puerta y lo vió, tan similar al hombre de las fotos en los años mozos de su madre.
Aquel hombre tan similar al de las fotos, tocaba la puerta y, a diferencia de todas las demás personas que visitaban la casa, a él nunca le invitaban a pasar. “Él es un primo que me ayuda a veces, no quiero que la gente de por aquí se pongan a pensar que yo tengo hombre metío en la casa”, era lo único que sabía de él, pero Teresa, su madre, no le contaba nunca más allá de eso.
Teresa tomó el sobre, cerró la puerta, dijo de manera firme y cortante “gracia, bye”. Sacó un dinero que metió rápido en la cartera, estrujó el sobre con un sello de la empresa “Espaillat” y lo tiró a la basura.
Todo comenzó a raíz de que Luisa buscara otra vez entre las fotos antiguas de la familia, algunas que le mostraran nuevamente a ese que fue su padre. Por primera vez se fijó en que algunas estaban cortadas y que quizás se trataba de la misma persona.
Llegó la cena y Luisa puso las fotos a un lado. Su mamá vió de qué se trataban, las recogió tranquilamente y las puso en su lugar. No había de qué preocuparse, no había nada comprometedor entre esos escombros de su vida.
Luisa, como siempre hacía, luego de llenarse de nostalgia por fotografías de lo que nunca vivió, le preguntó a su madre
-¿Ma, cómo era papi?-