29/3/12

¿Qué tal, humildad?

En una clase nos asignaron andar por la universidad y, a partir de lo que veíamos, hacer una historia. Esta es la que he hecho. El nombre no me convence aún pero igual quise compartirla aquí.

¿Qué tal, humildad?

Luisa es una joven de 24 años, morena ‘tirando a dorado’, con un color hermoso, cabello medio largo, color rojo fosforescente producto de un tinte de hace unos años que aún le fascina. Ni muy alta, ni muy bajita.

Es estudiante de Ingeniería Industrial que, a pesar de que no es su carrera favorita, la estudia porque fue para esa carrera que le otorgaron una beca, la cual había gestionado su padre cuyo sueño siempre fue ser ingeniero, y ¿por qué no?, tener una hija ingeniera.

Pasa horas muertas en el baño, cantando en la ducha y haciendo ejercicios. Sí, ejercicios. Dice que es la mejor manera de mantenerse en forma y no sudar.

Luisa pertenece al coro de su Iglesia para complacer a su madre y porque allí hace una de las cosas que más le gusta además de dibujar: cantar.

Mientras iba de camino a la universidad, esquivando hombres imprudentes que la piropeaban con cosas obscenas, vendedores ambulantes, fanáticos evangélicos y uno que otro repartidor de volantes, en su mente solo se reproducía aquella canción que tanto suena en el colmado cercano a su casa y que tenía a todo volumen la guagua en la que se montó. Y decía “estoy a punto de volverme loco, porque te amo como a nadie, porque jamás podré arrancarme tus caricias de mi piel…”.

Entre bohemios, jevitos, bohemios disfrazados de trabajo, recién graduados del colegio que aún usan la ropa que mami les compra, punks, etc. Luisa camina sin apuro, ya en zona segura (donde no la molestara nada de aquello que se encuentra en las calles dominicanas), hasta el parquecito de la universidad, mejor conocido como “La mata de mango”.

En realidad le gustaba mucho la canción, además de que le recordaba de forma jocosa a lo mucho que sufrió por su 1er novio y de lo tonto que le parecía ese sufrimiento tantos años después.

A Luisa le preocupaba que “en mal sitio” empezara a cantar la cancioncita. No quería pasar la gran vergüenza de estar cantando una bachata en la pucamaima, ¡qué oso! Pero era imposible, a cada segundo empezaba otra vez: “Ayer pedí que te murieras…”.

Una vez llegada la hora de su clase, se toma unos minutos para ir al baño y, al ver que se encontraba sola, se tomó la libertad de cantarla en voz alta mientras enrollaba papel en sus manos. Y empezó: “porque te amo como a nadie, porque jamás podré arrancarme tus caricias de mi piel. Estoy a punto de volverme loco…”.

Para su sorpresa, descubrió que no estaba sola cuando escuchó abrirse la puerta del baño de al lado. Quién salió de allí era, nada más y nada menos que, la muchacha que aparentaba ser la más arrogante de su clase: Clara.

Su percepción sobre Clara cambió totalmente unos segundos después cuando simpáticamente le dijo: -¿A ti también te gusta esa canción? Esa bachatica no se me sale de la cabeza, ¡me encanta!

Ambas entraron al aula cantando y hasta la profesora empezó a mover la cabeza al ritmo de la canción.

¿Qué tal, humildad?

1 comentario:

Anónimo dijo...

A+

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